Querido papá:
Desde antes de nacer, ya me querías y te preocupabas por mí.
Luego, protegerme fue lo más importante de tu vida; y tu máximo placer,
llenarme de besos y de amor cuando volvías, cansado, del trabajo.
Te preocupaste de que fuera a un buen colegio, de que tuviera
buenas amigas, de que mis notas fueran excelentes.
Me compraste juguetes, ropa y otros caprichos. Me pagaste un
curso de inglés en Irlanda durante todo un verano.
Me llevaste al cine, a la ópera y al teatro. Me leíste libros
cargados de moral y llenos de sabiduría. Paseamos de la mano por las grandes
avenidas de las ciudades más cosmopolitas de Europa.
Me lo diste todo. Y sin embargo…
Te reías con tus amigos mientras contabais chistes sobre
mujeres mandonas y rubias torpes.
No confiaste en aquella mujer que hubiera hecho crecer tu
negocio como nadie lo había hecho hasta entonces ni lo haría jamás.
Esperabas que mamá fuese la que se levantara a hacer la cena
una noche detrás de otra.
No te gustaba que usara mi minifalda vaquera, aquella que me
trajiste de Londres, porque era demasiado provocativa.
Permitías que mi hermano volviera más tarde los días de
fiesta.
Te ponías nervioso y acudías a frases hechas cuando era una
mujer la que se equivocaba al volante.
Te sentías orgulloso, aunque nunca lo dijeras, de ser más
importante y ganar más dinero que mamá.
Me lo diste todo. Y sin embargo…
Querida mamá:
Desde antes de nacer, incluso desde antes de ser engendrada,
ya me amabas con todas tus fuerzas. La primera noche que llegué a este mundo la
pasaste en vela, a pesar del cansancio, porque no podías dejar de mirarme.
Irte al trabajo y dejarme en casa con unas décimas de fiebre
era todo un suplicio.
Imposible apuntarte a aquel curso de poesía que tanto te
hubiera gustado.
Sufrías tontamente si mis pies pequeños y tiernos se mojaban
un día de lluvia mientras iba al colegio. ¿Recuerdas las veces que te
levantabas de noche para ver si estaba tapada en las frías noches de invierno?
Fuiste capaz de renunciar a tu trabajo, que, por cierto, te encantaba,
para quedarte conmigo.
Me lo diste todo. Y sin embargo…
Me pusiste ropa de color rosa y me llamabas “princesa”.
Por mi tercer cumpleaños, me regalaste una muñeca sosa y
aburrida en vez de la caja de cromos de coches de carreras.
No querías llevarme en el coche porque pensabas que papá lo
haría mejor que tú.
Me enseñaste a coser, a lavar, a planchar… y tu exquisita
receta del pastel de manzana, mientras mi hermano leía sus cómics.
Me llevaste a clases de baile cuando sabías que lo mío era el
taek-wondo.
Me explicaste que una mujer tiene que ser dulce, modosa y
callada.
Me lo diste todo. Y sin embargo…
EL ORIGEN DE LA VIOLENCIA ESTÁ EN LA DESIGUALDAD.
POR FAVOR, ENSEÑADNOS A SER PERSONAS.